Trasgresión lúdica, de un entramado infinito de textualidad, un modernismo seguro de su rechazo a la representación y la realidad, de su negación del sujeto, de la historia y del sujeto de la historia, un modernismo absolutamente dogmático (del narcisismo) en la recusación de la presencia y en el elogio de las interminables ausencias, desplazamientos, postergaciones e indicios que producen presumiblemente no angustia sino, en Barthes jouissance, placer.
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